sábado, 6 de octubre de 2018

Nunca valoré tanto el número 49.

Aun recuerdo el tacto de las teclas, 
las largas noches de verano donde la agonía y la excitación
reinaban hasta las 4 de la madrugada.

Recuerdo como mi madre subía las escaleras y abría mis cortinas
alegando lo tarde que era y mientras mi ser despertaba, 
una parte de mi seguía en la cama soñando.

Recuerdo amistades peligrosas y venenosas,
esa capacidad mía de conectar con una persona desconocida
en una era digital apenas convulsa.

Todavía recuerdo los pantalones cortos y la camiseta de cuello abierto,
el verano de mi metamorfosis
y de mi renacer sentimental respecto al mundo.

Apenas recuerdo cuanto significaba para mi nada
y lo grande que significaba todo a la vez,
intentando olvidar esa sensación de ahogo llamada vida.

Creo recordar historias que nunca pasaron
o que simplemente mi cerebro decora para hacer más ameno todo.
El bonito arte del autoengaño.

Ya ni recuerdo a que sabía la juventud desenfrenada,
ni tan siquiera la calidez de un verano amargo con dramas infantiles,
porque para qué recordarlo.

Me gusta recordar nuestro primer contacto físico,
ese abrazo derretido del 7 de Septiembre,
que tan hondo caló en mis huesos.

Ahora es cuando veo que no me hace falta recordarte
ni necesito cambiar lo que pasó en el pasado
porque ahora es cuando realmente vivo el presente.

Y puede que ese retazo se convierta en un recuerdo,
que a su vez renace como un retazo y con 2 palabras sepa lo mismo 
y es que te quiero.

-C-

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